domingo, 24 de agosto de 2008

Danza oriental consciente y embarazo, 1ª parte

El encuentro que la tiene mujer con sus ritmos biológicos ha estado tradicionalmente cargado de vivencias y emociones negativas:

La aparición del primer periodo, repleto de tabúes y falsas creencias; el síndrome premenstrual que afecta todos los meses a un gran número de mujeres; el embarazo y la lactancia, que demasiado habitualmente dificultan el ingreso de la mujer en el mundo laboral; la menopausia, momento a partir del cual muchas mujeres comienzan a presentar un interminable cuadro de síntomas que disminuyen de manera importante su calidad de vida...

La mujer se ha sentido en muchos casos “dominada” y “esclavizada” por una biología que no le permite realizarse como persona. El ser mujer se ha vivido más como una carga que como una fuente de placer.

En nuestros intentos por separarnos de este determinismo biológico se han hecho históricos esfuerzos por demostrar “a los otros” (los hombres) e intentar demostrarnos a nosotras mismas, que seríamos capaces de olvidarnos de nuestra biología, que seríamos capaces de “domesticar” nuestro cuerpo para poder hacer aquellas cosas que tradicionalmente han pertenecido al mundo masculino. Pensando que así lograríamos por fin alcanzar el estado de realización personal que veníamos buscando.

En este proceso de “domesticación” la mujer moderna ha creído que conseguía “adueñarse” de su cuerpo tomando el control a través de la química de sus ritmos hormonales, pero esto tampoco le ha hecho feliz.

La mujer se ha alejado de su cuerpo, lo ha abandonado, convirtiéndolo en muchos casos en un mero objeto de adorno y lucimiento que encuentra su máximo esplendor y sentido en la belleza y el esplendor puramente estéticos.

La mujer ya no se vive atada por su biología..., pero tampoco es feliz.

Y es que quizás lo que algunas autoras han comenzado a llamar “la segunda revolución” de la mujer aún esté por llegar.

La mujer tiene que reconciliarse con su cuerpo. Abandonar la batalla emprendida contra ella misma y atreverse a sentarse frente a su imagen reflejada en el espejo; para por fin, con afán reconciliador, con los ojos de una niña que empiezan a abrirse al mundo, descubrir lo que realmente significa ser mujer, apartando a un lado toda la carga de prejuicios y connotaciones peyorativas con las que habitualmente la mujer vive su biología. Encontrándose con toda su fuerza y blandura, con el gozo que aporta el sentirse dueñas de sí mismas, sin negar su realidad corporal, sino redescubriendo todas las oportunidades de gozo y disfrute que su cuerpo puede aportarle.

La Danza Oriental puede ayudar -y de hecho lo está haciendo ya- a la mujer en ese viaje de reencuentro consigo misma y su feminidad. Viaje en el que, a través de una experiencia corporal amable, placentera, emotiva y apasionada..., puede ir recuperando la confianza en su cuerpo.

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